
Si quieres que tu hule brille más y conserve los colores originales que tenía cuando lo compraste, pese al desgaste que sufre diariamente sobre la mesa, sólo tienes que frotarlo con una esponja empapada en leche. Y, por supuesto, no se te ocurra doblarlo cada vez que quieras guardarlo; es mucho mejor que lo enrolles en un palo.
